Un plan para el retiro
Tenía 20 años cuando abrí mi AFORE. Mi hermana menor fue asignada como la beneficiaria en caso de que yo faltase (como eufemísticamente dijo el ejecutivo del banco). Coticé durante casi tres años, si las cuentas no me fallan. Tuve dos trabajos en esa época. En el primero, ganaba poco más del mínimo y en el segundo, mi jefe recurría al outsourcing y a prácticas cuestionables para no pagar lo correspondiente en impuestos. Se entiende entonces que mi cuenta no recibió grandes aportaciones.
Luego, en los últimos siete años, no ha entrado ni un peso más en ella. Son los mismos años que llevo dedicándome completamente a mi carrera literaria. En ese tiempo, he vivido en otros dos países, escrito dos libros y un cómic, hecho presentaciones de mi trabajo en mi pueblo, recintos culturales importantes en el país y espacios en el extranjero. Pero mi AFORE sigue sin pasar de los 20,000.00 MXN (veinte mil pesos mexicanos).
Sé que podría hacer aportaciones voluntarias, pero, por un asunto u otro, no ha podido suceder. Ahorrar es un privilegio en América Latina, que no se nos olvide. En México, sólo la mitad de los hogares tienen ahorros para el retiro. Y tampoco las becas que un artista menor de 34 años puede recibir son lo suficientemente generosas como para hacer un “guardadito”.
Apenas hace dos emisiones, el monto de la beca Jóvenes Creadores del FONCA pasó de los casi de 8,600.00 MXN (ocho mil seiscientos pesos mexicanos) a 10,000.00 (diez mil pesos mexicanos) al mes. Imagino a mis amigos de más de treinta y pocos, que ya tienen hijos, intentando sostener a sus familias con esa cantidad mensual. Pienso sobre todo en mis amigas, cuántas de ellas dejarán de escribir o tendrán que posponer su carrera literaria porque tienen que priorizar a sus hijos porque esa beca no alcanza para las necesidades de nadie. Ahí aparece la brecha de género para complicarlo todo aún más.
Estas reflexiones que superficialmente se asoman a la economía, también me llevan a preguntarme qué pasará en la vejez, cuando pueda retirar lo que para entonces quizá sean poco más de 20,000.00 MXN (veinte mil pesos mexicanos) y para qué me servirán, si es que sigue existiendo este país o este mundo como lo conocemos. En el presente, sé que para muchos artistas de avanzada edad, su pensión somos nosotros: amigos, familiares, conocidos, lectores, fans… He donado en varias colectas a beneficio de esas viejas genias y esos viejos genios que llegaron a la última etapa de la adultez sin ninguna protección por parte de las instancias esperadas. Siempre dono desde el cariño y la admiración. Pero no niego que también me surge una preocupación más bien personal. ¿Aquello podría pasarme si tengo la suerte de vivir lo suficiente? ¿Y si no hay nadie que nos atrape y responda por nosotros? ¿Seremos de esos millones de adultos mayores que viven maltrato y abandono en el país? Hay historias terribles de grandes artistas que murieron en las calles, de esas creo que todos podemos evocar una.
Entonces, cuando el sistema de becas no pueda apoyarme simplemente porque ya no puedo escribir; cuando ya no pueda aplicar a una residencia artística porque carezca de capacidad motriz o salud o simplemente no me apetezca armar y deshacer maletas nunca más… ¿Qué va a ser de mí? ¿Qué será de mis amigos que también son artistas y que ni siquiera han aperturado una AFORE, que no heredarán ninguna fortuna y tampoco pueden ahorrar los premios que ganan porque en realidad son poco dinero al largo plazo y siempre hay necesidades inmediatas por resolver?
Me niego a la derrota, así que mi primer paso es imaginar cómo quisiera que fuese mi vejez. Imagino el retiro en el campo, con mi familia y los amigos que quieran acompañarnos, que quieran que los acompañemos. Una milpa. Una cofradía que trabaja la tierra en las mañanas; en las tardes, hace arte en solitario o colectivamente; en las noches, se reúne para cenar, platicar y divertirse. Mi sueño es una suerte de Arcadia solarpunk en las zonas agrícolas que le quedan a la Ciudad de México.
En realidad, más allá de la envoltura, lo que estoy soñando son redes de apoyo que sostengan nuestras vidas sin una dependencia de vida o muerte con las instituciones estatales. Nos deseo una vejez donde nadie sienta vergüenza por pedir ayuda, porque sabe que pertenece a una comunidad artística que se ha preparado por décadas para cuidar así de sus miembros. Sí, para sostener nuestras prácticas y búsquedas, hay que apostarle a lo colectivo. Para sostener la vida, tenemos que agarrarnos muy fuerte entre nosotros. La pregunta por el futuro no es más que la pregunta por el presente y sus consecuencias. De lo que estoy hablando son de las consecuencias últimas que la precarización del sector artístico y cultural tiene sobre la vida de cada uno de los que nos dedicamos a él.
Para hacerle frente, tenemos que planear y organizarnos. Acá me siento tentada a hacer una lista de acciones que como comunidad artística podríamos emprender, pero esta no es una tribuna ni este artículo es un decálogo ni yo tengo respuestas definitivas para la situación del gremio. Lo que en este momento creo que podemos hacer para mejorar nuestras condiciones (materiales y emocionales) es formalizar (lo que sea que la formalidad signifique para cada grupo) las cooperativas, colectivos, centros autogestivos y otros emprendimientos creativos que estamos haciendo. Al interior de estos, trabajar esquemas de ayuda mutua, fondos de emergencia y otros modos “innovadores” de cuidarnos con las herramientas que el sistema nos deja y también más allá de estas.
En realidad, las redes de artistas y gestores que se cuidan unos a otros llevan existiendo desde hace mucho tiempo. Lo que yo imagino es ya no pensarlas como nuestro último recurso, sino como el principal. Hacer visible que la colaboración es el corazón de nuestras vidas profesionales y personales. Pasar de los acuerdos tácitos construidos desde el miedo y la resignación, a los pactos explícitos que surgen de la libertad y la independencia. Dedicarle tiempo a la solidificación y crecimiento de nuestras colectividades, en vez de pensarlas como tareas para último momento. Entender el significado verdadero detrás de la palabra comunidad (tan manoseada por esta administración de gobierno): seres humanos que se reconocen unos a otros como partes de un mismo grupo y que colaboran, comparten recursos y buscan el bien común, sobreponiéndose a las diferencias que naturalmente surgen dentro de cualquier colectividad.
En fin, hay que labrarse el presente y el futuro, con AFORE o sin ella. Espero que podamos vernos allí en unos años. Entre maizales, compartiendo el vino y escuchando una canción: un vals chilote, un bolero o un reggeaton, lo que quieran.