Crear desde la precariedad
¿Crear o trabajar? Esta es la constante pregunta que muchos artistas jóvenes se hacen; y es que no resulta fácil dedicarse a crear en un país donde cualquier expresión artística es poco valorada. Dedicarse al arte y esperar vivir de ello se ha convertido en un sueño romántico que pocas veces es realizable.
Es muy complicado que el artista sólo se dedique a crear a sus anchas, porque en realidad debe ir sorteando empleos de tiempo completo, temporales o por honorarios, provocando que en las más de las ocasiones éstos terminen absorbiendo todo su tiempo. Entonces, ¿qué sobra después de las extensas jornadas de trabajo?
La sociedad actual nos lleva a pensar en sujetos de rendimiento, donde se le obliga a las personas, ya no sólo a ser productivas, sino que su rendimiento los lleve a una falsa idea de “proactividad” que perpetúa la dialéctica del amo y esclavo modernos. Si no produces, no tienes derecho a disfrutar de las recompensas que el trabajo tiene para los individuos productivos; de allí entonces que dedicarse al arte implica renunciar a ser aceptado dentro de las sociedades productivamente eficientes, arrojando al creador a los terrenos oscuros de una marginalidad que el mismo capitalismo se ha encargado de hacer más áspera.
Crear siempre se ha visto como la antítesis del sistema capitalista. Sin embargo, bajo una crítica más mordaz, podríamos argüir que el capitalismo se ha encargado de meterse en la piel del arte para aniquilar a ese supuesto rival. Basta con pensar que para poder crear es necesario comprar insumos, pagar una renta, comer, invertir en cursos y actualizaciones… Bajo esta lógica, entonces resulta casi imposible concebir el acto creador como una daga para combatir al capitalismo. Para crear necesitas trabajar. Es una dialéctica tramposa, ruin y desesperanzadora.
Ahora hay que sumarle a este capitalismo −que muerde como perro rabioso−, el hecho de que la mayoría de los empleos no ofrecen condiciones dignas para desarrollarse, por lo que el ecosistema laboral termina convirtiéndose en un conjunto de estructuras que van mermando la voluntad y el espíritu rebelde de cualquiera. Desde enfrentarse a malos tratos por parte de compañeros o empleadores, hasta carecer de un sueldo digno, aunado a extenuantes jornadas laborales. Lo que nos queda al final es un individuo fastidiado, con ansiedad y con poca disponibilidad para crear. Y aunque hay empleos que no son un fastidio o que son disfrutables, debemos de pensar que esto no los hace menos peligrosos, porque siembran en la persona una sensación de enajenación y “falsa felicidad”.
Vengo de una familia obrera, donde el día de trabajo iniciaba a las cinco de la mañana y terminaba a las siete de la noche. Se tenía poco tiempo para dedicarse siquiera a pensar en ser artista. Injustamente le pedía a mi padre y madre que leyeran por lo menos unos minutos al día; mi inocencia acerca del mundo laboral me hacía creer que después del trabajo uno podía darse el gusto de leer, escribir o pintar, así como se hacía en algunas escenas de películas que nos mostraban un mundo de ensueño, con personajes que llegaban a casa, se quitaban los zapatos y se ponían a leer algún libro o periódico mientras bebían una taza de té o café.
Cuántas veces miré con congoja la vida de esos artistas que no debían preocuparse por el dinero y sólo se limitaban a crear durante todo el día, todos los días. Los veía tomando cursos, yendo a campamentos, asistiendo a exposiciones en otras ciudades. Lo que muy pocas veces se dice es que crear también es un privilegio, donde la posesión del capital monetario sólo es una parte que refuerza al capital intelectual.
Claro que surge arte desde la lucha y la precariedad. Tenemos ejemplos de artistas que se han enfrentado contra el sistema y han huido del mundo laboral, pero también es cierto que muchos de ellos se enfrentaban a situaciones infrahumanas que más allá de vivir, los colocaba en un estado de sobrevivencia continua. La paradoja del artista pobre que ahora −muerto, por supuesto− tiene piezas de arte que se venden en millones sólo nos demuestra cuán retorcido está el mundo.
Más allá del sentido romántico que tiene el ser creador o artista, este mote que muchos se colocan está dispuesto de tal manera que los haga sobresalir de la masa informe que implica el capitalismo. Esa necesidad de individualización nos da esa superflua seguridad diferenciadora. Bajo términos nominativos no es lo mismo decir “soy artista” o “soy poeta” a decir “soy oficinista” o “soy archivista”, porque el ser-creador implica luchar contra el mundo, mientras que el ser-trabajador es aceptar un rol productivo dentro del mismo.
Todo se vuelve un producto de venta. La producción de obra artística debe de ser consumida para generar ganancias monetarias que le permitan al artista seguir creando. La trampa consiste en crear desde la ignorancia, creyendo que lo que se crea puede cambiar al mundo e instalarse en la consciencia de las personas. ¿Cómo le enseñamos a un obrero que trabaja ocho horas al día y que pierde tres o más horas en el transporte público, sobre la experiencia estética que provoca un poema moderno o una pieza de arte? ¿Cómo le pedimos a una madre de familia que trabaja extenuantes jornadas a que es necesario que asista a una o dos exposiciones de arte? Pensar que se puede hacer es limitar nuestra postura al mero privilegio que desconoce las prioridades de la clase obrera.
Es posible generar un cambio si inculcamos el amor al arte desde la educación básica, pero también no debemos de olvidar que muchos niños y niñas más tarde se convertirán en mano de obra que alimentará las grandes fábricas y, aunque algunos quieran convertirse en artistas, la mayoría de ellos desdeñará esta idea porque la asociaran con carencias y precariedades. Finalmente, esto es lo que el mismo sistema se ha esmerado en construir bajo estos conceptos.
Ahora, lector, quizá estés en contra de lo que he dicho hasta el momento, pero si has tenido el tiempo de llegar hasta aquí es porque tienes el privilegio de tener algunos minutos libres. Por mi parte, justo estoy creando desde los breves descansos que tengo, amparado por el artículo 132 de la LFT de México. Podemos ser creadores y trabajadores al mismo tiempo, pues ambas actividades operan dentro de las estructuras capitalistas de las que hemos hablado.
¿Al final que nos queda? La mera rebeldía intelectual y el anarquismo idealista de que tarde o temprano como creadores podremos derribar este viejo sistema. Mientras tanto, sigamos pensando de manera incendiaria.