Semilla (Poema)
Mi casa es la palabra,
un río que fluye, alimenta almas; almas que sepultadas en la tierra abren su semilla apenas escuchan la música hecha de penas humanas,
renacen en árboles, en pinos, ceibas y montañas,
fuerza vital.
Mi palabra es semilla,
y el poema su casa;
nada me destruye, y si tú piensas que destruyes para construir, yo abriré tu corazón, lo partiré como grieta, en tres o cinco y por los huecos de ese corazón ambicioso nacerá el amor, para que vuelvan a nacer mis raíces.
Y te va a doler,
quizá me coma tu vida
quizá me coma algún diente de leche, así es como se vive de esto, así es como sobrevivo
¿puedes ver como la ciudad se está destruyendo a sí misma?
Yo soy la flora y fauna en peligro de extinción,
aquella que renace en otra cosa,
una más dócil, más sutil,
nací como balbuceo, después llegué a galaxia, me transforme en materia, en palabra y pase a ser la que mueve las manos de los poeta y escritores.
¿lo puedes ver?
soy idea, un tiempo, la sombra sin sombra, la ciudad
¿lo puedes ver? porque si de verdad lo puedes notar,
si de verdad lo ves es porque vives en ello y alguna vez has sentido mi fuerza, aquella que parte monumentos y edificios,
que arrastra casas y se pinta de huracán, caigo en cascada y otras en neblina,
soy derrumbe de montaña, vivo en la mirada del venado, en el sonido del chubasco y granizo, vivo en el beso, en la herida, en el llanto, en los días que no verás.
Así se vive de esto: se llora, se canta.
Te vas tejiendo, huyes, floreces,
mueres.
Cuando escuché su oración de lágrima, de cristal, transparente, entonces la guie y supe que podía vivir en ella.
Quiero escribir una semilla,
minúscula,
frágil,
sencilla,
vivirá con una familia de hongos y el olor a pino la hará despertar,
una semilla con cascara lisa pero agrietada, que indecisa de nacer gire entorno a lo oblicuo de las dudas;
incapacidad de ser sobria y humana a la vez,
con un cotiledón verde lima, que germine con la primera lluvia de otoño, que sea sensible, en forma de copa, que cuando habite despierte las miradas de los curiosos y cuando floree desprenda el perfume dulce y fresco de las enredaderas de mi infancia;
flores blancas, flores violetas.
El poema es una semilla,
que germina en el corazón, crece en el musgo y vive por la humedad de la lágrima,
persiste como escritura de termitas,
en la madera,
es un hongo venenoso que confía en lo frágil de la vida, sabe que merece ser ese bosque donde despiertan las voces de lo antiguo, el poema es lo antiguo que crece en los montes, la creación es la poesía, la poesía es un valle lleno de vegetación y cada flor se abre como un poema que viaja y vive a través de la espora y el aire. El poema es una rama de ocote que desprende su olor apenas es tronchado pero se hace robusto con los años.
Aprender a vivir de la creación y en el poema depende de cómo cuidamos la casa. Esta es la semilla de la poesía.
¿Que si se puede vivir de ella?
Le gusta el cuido. No hay instrucciones, pero necesita luz. Alimentar con las gotas precisas y sobre todo recordar que crece por y para el aire, le gusta la música, quiere alcanzarla. Puede morir si llegan las plagas. Pero no odia las plagas, de hecho, puede aprender de ellas, cómo viven sin vivir.
Le gusta el cuido, el cielo con nubes atiborradas en rosicler, las lombrices de tierra roja, los días nublados, se alimenta de mariposas y cadáveres, a veces incluso come moscas, le gusta la última gota del jugo de naranja, ama el azul de algún rostro, la verdad que es relativa, odia el comercio, vigila por la noche, vive en el salto de la rana, en las manos agrietadas de algún abuelo, en la angustia, en el vuelo de la golondrina, se ríe de la política, se enferma cuando la utilizan, se queja porque es pequeña, tiene un lunar en la mano y otro en el hombro, sus manos viven por la acción, le gustan las espadas, los collares de conchas, los pianos descompuestos, la luna, la noche con murciélagos y los higos cuando explotan de maduros. Se posa en el fuego.
Esa es la poesía, esa es la creación.
Y de apronto, un día, me quise quedar en ese cuerpo, en esas manos de quien una tarde me buscaba en su oración, y me acostumbre a habitar en sus días, en el zapato roto, acepté sus silencios, su forma de hallarme en lo vegetal, en los astros, acepté su estatura, sus cambios de humor, acepté su mirada confusa, sus dolores, acepté su costumbre de dormir tarde y que me encontrará en las madrugadas de silencios eternos.
La convertí mi casa y ella escribió mi casa es la palabra, mi palabra es semilla y le conté sobre mí, comprendió que ustedes son la fauna en peligro de extinción y no yo la que peligra. Comprendimos nuestras complejidades, nuestra forma de reír, ambas gustamos de atravesar nubes como rayos de Sol. Me pidió que le revelará un secreto y a cambio se hizo más cuidadosa con los puntos seguidos. Quería vivir para y por mí, y lloraba porque a veces no tenía idea de cómo hacerlo, empezó a jugar, accionó el canto, se alejó de las ciudades, busco otra forma de alimentarme, compró cuarzos, me dio de comer, limpió el polvo, abandonó el pasado, se hizo amante del ritmo, bailo tres horas al día, escuchó a los viejos, se fue perdiendo en vez de ganar, sintió miedo, compró crayolas, empezó a dar clases, escribió para tres becas, lloró por su partida, miró las palmeras, se fue al mar, gritó, aceptó su día a día, comió pan, bebió, volvió a bailar, entró a un museo, me contempló y plantó está semilla.