Una conversación ansiada: Comentarios sobre Tachi de Niño Cucaracha y Surcar el olvido de Isela Xospa
Me encanta la cocina de mi tía. Es una habitación cubierta de azulejos color amarillo claro, que siempre huele a especias, pan y fruta. Cuando estoy en el pueblo, ahí paso muchas noches platicando con ella y mi tío, el otro hermano de mi papá. Me cuentan historias de sus vidas, también de mis abuelos, a los que no conocí. A veces vuelven sobre lo mismo, pero no les cambio el tema, menos les digo que eso ya me lo habían contado. Hay que aprovechar mientras ellos tengan fuerzas para recordar y hablar.
Mis tíos saben que me dedico a escribir y que, en los últimos años, mi interés principal es escribir sobre el pueblo. Saben que estudié náhuatl en la licenciatura, aunque no lo hablo. A veces mi tío me dice alguna palabra o frase que recuerda de su infancia, el nombre de un platillo o de un paraje, por ejemplo. A veces, puedo explicarle qué significan esas palabras. Digamos, la diferencia entre hasta mostla y hasta watsinko. Me parece ¿peculiar?: el escenario esperable sería que ellos me explicasen a mí y no al revés. Pero el último hablante (no pasivo) de nuestra familia fue mi bisabuelo y de nuestra variante del mexicano (otra forma de llamarle al náhuatl en algunos sitios) no quedan más de 500 hablantes. Peculiar o no, es nuestro camino.
En pandemia, como muchos jóvenes de mi generación, me refugié en la casa familiar. Viví dos años en Milpa Alta, donde aún existen 12 pueblos originarios dentro de la Ciudad de México. En ese tiempo, con mi hermana, escribí un cómic sobre la defensa del territorio en Milpa Alta durante la década de los setenta y ochenta. Fue un tiempo de descubrimientos que transformó mi percepción sobre mi trabajo artístico y sobre mí misma.
Casi de inmediato, descubrí que me faltaban palabras para explicar lo que me estaba sucediendo. Hice lo que siempre he hecho en esos casos: leer. En ese buscar, he encontrado libros hermosos. Voy a hablar sólo de dos esta vez. En ambos, uno escrito por Niño cucaracha y otro por Isela Xospa, hallo una reflexión muy valiosa sobre qué significa pertenecer a los mundos indígenas y cómo eso es un entramado delicado de vínculos familiares y comunitarios.
Durante la pandemia, Niño Cucaracha, artiste visual, también se refugió en el campo. Junto con sus padres, se mudó durante varios meses a Huajupan de León, Oaxaca, cerca de su abuela paterna Aurelia. Mientras convalecía por la fractura de un pie (acá entra el tema de los cuidados, ¿qué hace posible la creación artística?, ¿acaso nos exige ponerle una pausa al resto de la vida?), le artiste creó un fanzine a partir de historias de su abuela.
Tachi (Candelas y Punto), como se llama este libro, es un diccionario que no es un diccionario: cada frase o palabra en mixteco consignada no ofrece una definición exacta, sino una anécdota acompañada de una ilustración que a su vez se basa en fotografías del álbum familiar de le artiste. Las ilustraciones parecen dibujos hechos con tiza blanca en un pizarrón negro, probablemente porque la profesión de Aurelia era ser maestra rural. Las herramientas de la escuela, que durante décadas fue la principal y más efectiva vía para erradicar las lenguas indígenas de México, se reclaman simbólicamente para mostrar el valor de aquello que se quiso borrar mediante la castellanización forzada: los hablantes, sus historias y afectos.
Por su parte, Isela Xospa publicó recientemente un libro con características y búsquedas similares. Isela es una artista originaria de Milpa Alta, con un gran talento para el tejido, el diseño, la escritura y la edición. Ha publicado varios de los primeros libros infantiles en lenguas indígenas en México, el más famoso de ellos probablemente sea Conetamalli/Bebe tamal (Ediciones Xospatronik, 2021).
En su más reciente proyecto, Tlaltataca in ilnamiqui. Amoxtli xayacaxanehque. Surcar el olvido. Álbum familiar (Ediciones Xospatronik, 2023), también hay una figura femenina central cuya historia de vida va desplegando los demás relatos que se pretende evitar que se pierdan en la memoria. En este caso, el núcleo es la historia de Aurora Cruz Robles, campesina, cocinera, comerciante, tejedora y madre de Isela. Mediante entrevistas con Aurora y trabajo de archivo con los álbumes familiares, la autora da cuenta de momentos claves en la trayectoria de su mamá: su nacimiento, quinceaños, noviazgo, viajes… La remembranza del pasado no se limita a la historia personal ni familiar, sino que también indirecta o directamente reconstruye los ayeres de la comunidad, a veces bosquejando paisajes casi desaparecidos, como las milpas con cercas de magueyes que hace apenas unas décadas fueron remplazadas por nopaleras en Milpa Alta.
Como parte de la propuesta visual, los retratos son intervenidos con una simbología nahua que Artemio Solís Guzmán, nahuablante y traductor originario de Milpa Alta, transmite en sus enseñanzas sobre la cultura tolteca-mexica, al lado de Nely Álvarez Torres. Esta simbología se sintetiza con un diagrama del círculo de la vida donde las fases del ciclo humano, la luna y las estaciones del año se entrelazan. En cada foto de Aurelia, ella aparece debidamente identificada con este círculo que indica cada etapa de su vida: la bebé, la niña, la joven y la mujer.
No creo que sea casualidad que ambas obras hayan puesto a sus realizadores el reto de detonar conversaciones sobre temas de los que probablemente ya no se hablaba en su familia. Acá también ocurrieron conversaciones que llevaban décadas, quizá generaciones, esperando suceder. En sus paratextos, ambes autores señalan que este esfuerzo artístico provocó que en sus familias emergieran recuerdos o palabras al borde del olvido. Un recuerdo llamó al otro en efecto dominó. Y las consecuencias de la realización de la obra fueron más allá de les artistes, involucrando intensamente a sus núcleos familiares.
Ahora bien, tanto Tachi como Surcar el olvido destacan por que apuestan por otras formas de hacer libros. Tachi puede descargarse listo para su impresión en este enlace que Niño Cucaracha comparte en sus redes sociales. De forma similar, en el sitio web de Ediciones Xospatronik, el proyecto editorial encabezado por Isela Xospa, es posible descargar diversos materiales para la promoción de la lengua y cultura nahua de Milpa Alta. Además, el proyecto Tlaltataca in ilnamiqui tiene una sección propia en el sitio web donde se pueden escuchar los audios de las entrevistas, ver las fotografías originales, conocer parte del proceso editorial e informarse sobre las presentaciones que se están haciendo del material en diversos espacios. Acá queda patente aquello que plantea valientemente el manifiesto de Ediciones Xospatronik: “Hacemos todo desde la autogestión, pero, eso sí, de la mejor manera posible. Tenemos como objetivo darle voz a las historias, personajes y autores desechados por la industria editorial y la academia y, en ese sentido, apostamos por la voz de los miembros de nuestra propia comunidad”.
Cuando comencé a leer a autoras y autores indígenas, estaba buscando formas de reclamar mi derecho a la palabra para contar mi historia, la de mi familia y mi comunidad sin intermediarios. He encontrado propuestas, como la de Isela Xospa y Niño cucaracha, que van más allá del esfuerzo literario (que ya es bastante), sino que plantean también otras formas de hacer y compartir libros. No basta con crear libros en lenguas indígenas o sobre nuestros pueblos, estos tienen que llegar a la gente para la que fueron pensados. Eso es un reto y sobre lo que ha ocurrido con los dos materiales aquí comentados, creo que todo el mundo podría aprender bastante.
Con estas obras y otras escritos por personas indígenas, encontré una conversación ansiada. Descubrí que, a pesar de las enormes distancias físicas que a veces separan a una comunidad de otra, las personas indígenas enfrentamos realidades semejantes. Hay muchas similitudes en las reflexiones que vertemos sobre nuestra relación con el territorio, la familia, los roles de género, el Estado… De eso escribiré más en otro momento. En fin. Quien sea que lo haya dicho tenía razón: “Para ser universal, habla de tu pueblo”.
Si te gustó este artículo y quisieras conocer a más autoras de pueblos originarios, te invitamos a unirte al Círculo de lectura: Escrituras de mujeres indígenas, que facilitará Alejandra en febrero. ¡Es una gran oportunidad, no la dejes ir!