Ser gay y salirse con la suya: Saltburn (2023) vs. The Talented Mr. Ripley (1999)
Saltburn (2023) se convirtió en uno de los estrenos más controversiales del año pasado. Escenas como la inquietante secuencia del cementerio o la hipnótica coreografía final definitivamente generaron conversación entre los espectadores. No obstante, hay otros aspectos más reveladores como puede serlo su comparación con otra película con considerables puntos en común: The Talented Mr. Ripley (1999), basada en la novela de Patricia Highsmith.
Ambas películas tienen las siguientes similitudes:
Son protagonizadas por un chico de clase media que se obsesiona con un joven de una familia de élite.
Este joven es incuestionablemente atractivo y entre ambos surge una tensión sexual (ambos con secuencias en una bañera).
Aparece un amigo del chico aristócrata que cuestiona al protagonista.
Hay una tierna y perturbadora despedida post mortem.
El protagonista se sale con la suya al final.
Dejando de lado la maniquea conversación sobre originalidad y derechos de autor, resulta un ejercicio revelador comparar cómo, a casi un cuarto de siglo de distancia, ambas historias se construyen, presentan e interpretan de maneras distintas. Al mismo tiempo, la opinión del público sobre cada una nos deja ver un importante cambio de paradigma, como explicaré más adelante.
Hay dos temas principales en ambas películas: el velado homoerotismo de los personajes principales y la manipulación de la élite a manos de un chico de clase media. La presentación del chico millonario en ambas historias no es tan distinta. En la película de 1999, la presentación de Dickie Greenleaf consiste en que admiremos su cuerpo bronceado y juvenilmente tonificado mientras se sumerge despreocupadamente en el mar desde su barco. Más adelante Ripley descubre que Dickie engaña a su novia con más de una amante. La presentación de Felix Catton en Saltburn es similar: es la exaltación absoluta de un adonis perfecto. Es físicamente imponente y atractivo pero también es carismático, y naturalmente magnético. A diferencia de Dickie, la promiscuidad de Felix no se presenta como un secreto vergonzoso sino como el resultado obvio y perfectamente aceptable de su incuestionable encanto.
Dickie tiene una novia a la que ama pero a quien engaña con otras mujeres y, aunque nunca muestra genuino remordimiento, el personaje reconoce que lo que hace es despreciable y es necesario ocultarlo a toda costa. Felix no tiene una novia “formal”, pero si deja plantada a su pareja sin mostrar ningún remordimiento, representando algo muy contundente: a diferencia en la película de 1999, en Saltburn, el chico privilegiado y poderoso no ve en las relaciones personales nada más que una extensión de su poder y privilegio, y por lo tanto nunca se coloca en una situación de desventaja con una pareja. Es decir, Saltburn se rehúsa a caer en la metonímica maña del cine en la que cualquier personaje, sin importar cuán poderoso o rico sea, es capaz de cualquier cosa cuando se enamora.
No sorprende que la representación del homoerotismo en The Talented Mr. Ripley está conscientemente velada, con apenas algunos contactos y miradas. Dickie no corresponde claramente a Tom Ridley y el texto más bien permite sin lugar a dudas interpretar que Dickie nunca estuvo interesado en Tom románticamente. Saltburn sí nos muestra escenas de sexo entre dos hombres, además de desnudos masculinos frontales y un apasionado beso entre el protagonista y el atractivo heredero. Aún así es bastante críptica al decir que Oliver “no estaba enamorado de él: sí lo amaba, como todos, pero también lo odiaba”. Sin embargo la escena semi improvisada del cementerio nos deja en claro dos cosas: primero que Barry Keoghan es capaz de cualquier cosa y segundo, que su personaje genuinamente deseaba a Felix, aún si no estaba enamorado de él.
Curiosamente el único amor claro e incuestionable que presenciamos en Saltburn es el de los vínculos familiares. Con nada sutiles tintes incestuosos, la película nos muestra a una familia aristocrática gregaria y frívola en la que Oliver se inmiscuye. Pese a que los miembros de la misma dejan mucho que desear, incuestionablemente uno de los valores presentados es esa unión familiar. The Talented Mr. Ripley presenta una premisa prácticamente opuesta respecto a la familia: el hijo se ha exiliado en Italia y no planea regresar a América bajo ninguna circunstancia. Si bien es bastante predecible asumir que el mero concepto de la familia se ha cuestionado cada vez más en las recientes décadas, lo que me sorprende es que esto ha llegado al punto en el que la familia unida (aunque frívola) de Saltburn se percibe más como una extensión del elitismo y separatismo de la aristocracia. Lo que nos lleva al segundo tema: la representación de la clase alta y sus flaquezas.
Es cada vez más obvio, en esta época post-Parasite [기생충] (2019) que la crítica al sistema capitalista es mucho más frecuente. Desde aquí no extraña que la clase alta sea personificada en Saltburn como una demografía insulsa, vacía y fácilmente estafable. En The Talented Mr. Ripley es obvio que los ricos no caen en las trampas de Tom Ripley, por ser ingenuos y voluntariamente obtusos, sino porque el protagonista no sólo es ingenioso y malvado sino oportunamente afortunado.
Ambas son protagonizadas por hombres sigilosamente manipuladores: Tom Ripley es un chico ambicioso que accidentalmente cae en una espiral de destrucción creciente con tal de mantener la fantasía que ha construido para sí mismo. Y por el otro lado Oliver Quick se presenta como un maquiavélico estratega que, aunque eventualmente es forzado a acelerar sus planes, desde un inicio había orquestado cómo usurpar la riqueza y posición social de Felix Catton.
Parece evidente que lo que le facilita a Ripley triunfar es su bajeza moral que le permite ir cada vez más allá, navegando las limitaciones de la ley de su época. Mientras que Oliver, por otro lado, triunfa no sólo porque no teme asesinar al igual que su homólogo sino también porque sabe manipular las emociones y la ingenuidad de una familia adinerada fácil de manipular.
Entonces Ripley triunfa precisamente porque su talento es tal que puede engañar a prácticamente todos: incluidos miembros de la policía. Mientras que Oliver triunfa porque sólo necesitaba engañar a unos cuantos aristócratas emocionalmente famélicos. Aquí es donde las películas se muestran radicalmente distintas: los millonarios en The Talented Mr. Ripley no son ineptos ni ingenuos, pero se enfrentan ante un genio que no logra quitarle más que una mínima cantidad de dinero, además de su impunidad; mientras que los infantilizados aristócratas de Saltburn nunca tuvieron oportunidad ante un manipulador doméstico que sí termina quedándose con todo su dinero, además de quedar libre tras matar a algunos y sobrevivir a los demás.
Pero ¿qué dice esto sobre el personaje gay (o posiblemente bisexual) que asesina, engaña y se sale con la suya? Si bien en ambas historias el protagonista es un antihéroe, Tom Ripley intenta ser honesto desde el inicio con Dickie y es sólo tras una discusión en la que se siente devastado y en peligro que, sin pensarlo mucho, ataca y asesina al hombre que ama. Es decir, la historia nos presenta a un personaje inocente que es “accidentalmente” transformado y perturbado, llamando la atención a lo costoso que es vivir un engaño. Así, la historia de Patricia Highsmith navega la dualidad de ser un peligro para otros y para uno mismo al ir hasta las últimas consecuencias por vivir una vida de pretensiones y secretos como hombre queer. Oliver Quick, por otro lado, se presenta como un chico astuto, ambicioso y manipulador desde el inicio y eventualmente se nos revela como un desalmado estratega que, a pesar de haber amado a Felix, no tenía ningún problema con asesinarlo para quedarse con su dinero. Aún así él es el protagonista de nuestra historia, a quién, de una forma u otra, admiramos más que al resto de los personajes que se nos presentan como privilegiados y ensimismados.
El mismo año en que se estrenó The Talented Mr. Ripley salió al aire The Sopranos, la multipremiada serie fundacional del género del antihéroe. Tony Soprano (como Walter White, y casi todos los demás protagónicos de esta tradición) es un hombre heterosexual que voluntariamente entra al mundo del crimen y abusa de su poder. No sabemos qué pensó la creadora original de Mr. Ripley o los adaptadores de la película, pero es fácil especular que a diferencia de Tony Soprano, Tom Ripley no es un desalmado asesino estafador desde el inicio para que sintamos más fácilmente empatía por él, como si su orientación sexual “disidente” (como llamaría Paul Preciado), fuera ya una exigencia muy alta para la audiencia.
Entonces, tras los considerables avances no sólo de los derechos igualitarios sino también en la concientización sobre los efectos (cada vez más pronunciados) del capitalismo voraz, las audiencias estamos lo suficientemente sensibilizadas para permitirnos ahora sí tener un antihéroe protagónico queer que desde un inicio es tan desalmado como los antihéroes de la televisión de hace 24 años. Pero a diferencia de Tony, esta vez nos atrevemos a apoyar aún más a nuestro antihéroe, si sus víctimas son la aristocracia voluntariamente enajenada.
Si bien las conclusiones no son inesperadas, creo que sirven muy bien para refutar esa reduccionista cita que dice que “no hay nuevas historias en Hollywood”. Cuando tenemos dos premisas tan similares que ofrecen conclusiones tan distintas sobre el mundo que vivimos, queda en evidencia la vigencia y urgencia de contar historias una y otra vez para entender quiénes somos ahora.
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