“Salvaje oficio el de poeta”

RESEÑA DE Memoria en la alta milpa de Abigael Bohórquez

Poeta Abigael Bohórquez

El autoexilio

En la década de los setenta, Abigael Bohórquez llega a vivir a Milpa Alta, la última delegación al sureste de la Ciudad de México. Conformada por doce pueblos originarios, es uno de los últimos lugares donde todavía se habla el náhuatl en su variante de mexicano del centro alto, la cual se considera la más cercana a la lengua que se habló en la gran Tenochtitlán. El poeta pronto descubre que, a pesar de su proximidad con una de las mayores metrópolis del mundo, Milpa Alta es tierra de campesinos indígenas que preservan sus tradiciones y se sienten profundamente orgullosos de su historia.

Esto parece ser sumamente atractivo para el escritor sonorense, que se instala en la cabecera comunal y crea un grupo de poesía coral. En esos años escribe y publica dos poemarios poderosos: Digo lo que amo y Memoria en la alta milpa. Los obsequia y autografía con inmensa gratitud a sus alumnos y amigos del pueblo. Son ediciones sencillas, de un papel propenso a amarillearse y de un pegamento poco resistente que al paso de cuarenta años será incapaz de sujetar las hojas. Así es como ambos poemarios han llegado a mis manos, gracias a la lucha contra el olvido que se emprende desde el amor.

El oficio

Memoria en la alta milpa fue publicado en marzo de 1975, con ilustraciones de Leopoldo Estrada y un poema de Efraín Huerta a modo de prólogo. El poema data del 13 de agosto 1969 —curiosa fecha, precisamente el aniversario de la caída de Tenochtitlán—, lleva por título “Palabras por Abigael Bohórquez” y dice “A Abigael le duele el esqueleto cuando escribe, / cuando protesta y el poema echa humo, /cuando los versos, los malditos versos inaplazables / brotan del asfalto de la vieja ciudad  […] Salvaje oficio el de poeta, Abigael”. En efecto, en los 12 poemas que conforman este libro, se escucha, con una claridad de trueno, la voz del poeta que denuncia las masacres perpetradas por los tiranos en México, América, República Checa, Vietnam y otros numerosos puntos del globo terráqueo. Es una voz doliente que recurre a una punzante sátira para condenar y resistir.

“Día Franco” es el poema que mejor ejemplifica esto. Y es también una de las piezas que mayor despliegue hace de una de las características fundamentales de la poesía de Abigael: la sonoridad, el ritmo, conseguidos mediante la convivencia de diferentes dialectos y registros. En este poema, la voz poética es acompañada por sonidos que provienen del ambiente que la rodea: las campanadas del pueblo y la radio que acompañan y marcan el transcurso del desvelo. Estas campanadas se mezclan con la voz poética que ya bien habla en un español coloquial, usa palabras en inglés o bien recurre a frases del español medieval o en náhuatl.

Otro recurso que muestra la relación intensa y experimental de Abigael con el lenguaje es la creación de neologismos. Estos versos pertenecen a “Crónica de Emanuel”, el penúltimo poema del libro: “porque cuando venga otra vez el aire espeso de junio / y me haya ido / y tú regreses de ser el perfecto salterio / el niño que se partió por la mitad / para entrar en la vida / algo de mí andará en las cosas que te hiedren, / allá en el fondo del tiempaire”.

En otro grupo de poemas, el poeta sonorense se dedica a contemplar el paisaje que lo rodea. “Panóramica de Milpa Alta”, “Vista del Teuhtli” y “Parroquia de la Asunción” están compuestos de sonetos que describen la belleza del campo, del bosque y de la vida humilde que llevan sus habitantes. La voz poética sube al Teuhtli, el monte sagrado de los milpaltenses, que los ha protegido por quinientos años de las invasiones, y canta: “Esto es Milpa Alta, amor: el sobresalto / de la piedra y su luz paralizada, / la satura violenta del basalto / y su cráter de estatua derrotada”. Son poemas de métrica y registro clásico que reclaman para estos parajes la misma admiración que otros poetas expresaron a tierras que la mirada eurocéntirca ha hecho más célebres.

El amor

En una entrevista, el periodista Adrián Trejo García le pregunta a Abigael Bohórquez por qué había elegido vivir en Chalco. Allá se mudó después de los años que pasó en Milpa Alta. El poeta responde:

Vivo en Chalco, cierto, pero mi proyección intelectual es a otros niveles […] Me sigo realizando en México, D.F. Aquí trabajo para sobrevivir: lo otro posiblemente me sobreviva, no podría saberlo. Yo he sido un hombre demasiado tímido, demasiado sencillo, si se quiere introvertido: esto es mi honor y mi vergüenza. Acompañé la farándula de mis compañeros de generación literaria y envidié su brillante plumaje, sus dramáticas actitudes, sus poses y hasta su inmaculada propaganda tercermundista que tal vez tuvo que ver, en forma misteriosa, con la literatura. […] Sólo me importa que ellos y yo, es decir, que yo y los poetas de mi generación […] no nos hayamos conocido más, entendido más, y que hayamos cruzado nuestras vidas sin entendernos casi, por culpa de mi timidez y por culpa de su orgullo, su prepotencia o sus prejuicios sexuales.

De todo esto también da cuenta Memoria en la alta milpa. De la imperante necesidad de alejarse de “la farándula”. Del sentimiento de exilio, de ser un forastero. De la dolorosa soledad en la que le toca escribir: “y no hay en cien leguas a la redonda / un poeta, / escribiendo al vino, / como yo”. Del amor que se cuela en sus versos más políticos. Porque el amor es político. No podría ser de otra forma en la obra de un hombre que fue excluido por ser sincero públicamente sobre sus preferencias sexuales. Un hombre cuyo mayor crimen fue haberse rehusado a vivir negándose a sí mismo. Así cierra “Crónica de Emmanuel”: “y piensa que todo pudo haber sido de otro / si el mundo, / si los hombres, / si la vida, / si es que, / si la, / si no, / si…”. Ante la exclusión, el miedo y el señalamiento, el poeta se queda sin palabras.

El conjuro

El taxi sube por la carretera Oaxtepec. Atrás ha quedado San Gregorio Atlapulco, el último de los pueblos que pertenecen a la demarcación de Xochimilco. Es julio. El verde se apodera de este mundo. Los pulmones se abren, por fin respiran aire fresco. La temperatura baja un grado o dos. El vehículo cruza San Pedro Atocpan, cuyas calles están impregnadas del olor chocolatoso del mole. El auto toma una curva y desciende rumbo a la cabecera comunal. Desde ahí arriba, se miran las casas, las nopaleras y las milpas. Se puede casi mirar a los ojos al Teuhtli, que brilla como “un puma de esmeraldas y madera”. Es julio. Han comenzado las lluvias. Los hongos están creciendo en los montes. Es la primera vez que vuelvo a colocarme debajo de este cielo, tras un año implacable de miedo y pérdidas. Repito en voz baja el verso de Abigael: “esto es Milpa Alta, amor. Y en el paisaje / vuelve a creer en Dios la primavera”.

 

Obra reseñada

Abigael Bohórquez (1975). Memoria en la alta milpa. Prólogo de Efraín Huerta e ilustraciones de Leopoldo Estrada. México, Federación Editorial Mexicana.

Si te ha gustado esta reseña o tienes interés por la poesía vanguardista, este verano, en Estudio Magnolia tendremos un taller de poesía experimental con Jesús de la Garza. No te lo pierdas.

Alejandra Retana

Soy escritora. He sido becaria del FONCA-SACPC y de la Fundación Antonio Gala, así como autora elegida del Goethe-Institute de Jakarta. En 2021, publiqué El corazón de la neblina, un cómic sobre la defensa del territorio en Milpa Alta.

https://estudiomagnolia.com/alejandra
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