Preferiría ser un árbol: Reseña de La vegetariana de Han Kang
Desde niña me gusta pensar qué otro ser pude haber sido en vez de una mujer.
Los árboles siempre me han gustado: su color, cómo se mueven, incluso su olor. Cuando tenía 10, mi papá armó un columpio en un árbol para mi hermano y para mí. Durante un buen par de años, ese columpio y ese árbol fueron mi lugar favorito. En vacaciones me levantaba, desayunaba y salía a columpiarme. Leía ahí, sentada sobre un pedazo de madera, suspendida en el aire, bajo la sombra de un pirul y con la brisa haciendo temblar las páginas del libro en turno. Aún pienso mucho en lo bello que debe ser vivir como árbol, ser milenario y erguirse con orgullo hacia el cielo.
¿Qué hay de bueno en ser humano? Eso se pregunta Han Kang en La vegetariana. Kang es una autora surcoreana y su novela es también un ciclo de tres cuentos largos con tres narradores distintos: el esposo de Yeong-hye, su cuñado y su hermana. La protagonista, como cualquier mujer surcoreana común, vive dentro de una sociedad patriarcal y conservadora; por eso el día que toma la decisión de convertirse en vegetariana, algo tan simple y personal, pero que en Corea del Sur implica poder económico, desata el descontento de su familia.
Recuerdo que en mi primer año en la Facultad de Filosofía y Letras salía con un chico que, como yo, quería convertirse en escritor. Alguna vez me dijo que a las mujeres nos cuesta escribir con fuerza, con filo. Con garra, decía él. Aquella vez su comentario me causó una punzada en el estómago, pero tenía 18 años y lo dejé pasar. A menudo pensaba en sus palabras. Durante muchos años no pude leer nada que fuera escrito por una mujer sin preguntarme “¿A esto le falta garra?”. Y bueno, ¿qué demonios es tener garra? Solo él lo sabrá. En los últimos años he leído a muchas autoras y, luego de un largo exorcismo cerebral, he podido concluir que a ninguna le faltaba la mentada garra. Cuando leí a Han Kang pensé de nuevo en todo esto. No porque al fin entendiera a qué se refería fulanitodetal, sino porque creo que ella y muchas otras escritoras lo harían tragarse sus palabras.
Las imágenes que crea Kang son violentas. Son como una pesadilla. La sensación que me producía leerla solo puede compararse a lo que sentí viendo algunas escenas de Midsommar de Ari Aster y algunas películas gore de las que veía mi hermano en su adolescencia. Son sangrientas y putrefactas. Sin embargo, esa sensación que otras obras despiertan en el cuerpo, van más allá con La vegetariana: mueven el suelo sobre el que hemos construido todo, nos hacen dudar de nosotros mismos. No sé qué era más doloroso: los sueños de Yeong-hye o el tono despectivo con el que su propio esposo hablaba de ella. Desde la primera línea nos queda claro que Yeong-hye no está en un buen lugar:
Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca pensé que fuera una persona especial. Para ser franco, ni siquiera me atrajo cuando la vi por primera vez. Ni muy alta ni muy baja, con una melena que no era ni muy larga ni muy corta, tenía la piel descamada y amarillenta, ojos sin pliegues, pómulos ligeramente prominentes y vestía ropas sin color como si tuviera miedo de verse demasiado personal. Calzada con unos zapatos muy sencillos, se acercó a la mesa en que yo estaba sentado, con un paso que no era ni rápido ni lento ni enérgico ni débil.
La vegetariana está repleta de mínimas, pequeñas y enormes violencias o actos que rayan en lo grosero, en la traición: desde hablar mal de la propia pareja, desear a tu cuñada, obligar a alguien a comer, mentir, matar un perro, encerrar a alguien… Kang nos presenta situaciones límite. No es fácil leerla y mucho menos placentero. Tampoco es fácil entender qué busca decirnos, pero una de sus frases se me quedó pegada al cuerpo: Yeong-hye ha adelgazado tanto que sus pechos han perdido “filo”, su cuerpo “ya no puede lastimar”.
Pensé en mis propios pechos, pensé en como históricamente son un símbolo de vida, de alimento, de cuidado. Y sin embargo, Yeong-hye los encuentra peligrosos porque ha dejado de confiar en sí misma: sabe que es igual de violenta, quizá incluso más, que los otros miembros de su familia. Sabe que su hambre y su deseo son problemáticos e intenta, por todos los medios, mantener ese impulso a raya.
No es sencillo pensar en una misma como alguien violenta, capaz de herir y de traspasar los límites que nos mantienen en un buen lugar. Aunque no lo queramos, a lo largo de la vida nos enfrentamos a varios de esos momentos, nos paramos al filo del acantilado y sabemos que somos capaces de saltar, de arañar, de morder, de terminar con todo en un segundo. En ese instante vale la pena preguntarse ¿qué es lo humano?, ¿resistir a ese impulso animal?
Yeong-hye no se convierte en vegetariana porque vio uno de esos videos de PETA con conejitos martirizados, lo hace porque quiere renunciar a su animalidad, a su humanidad. Deja de comer carne, de vestirse, de trabajar; se dedica a dormir, a estar en silencio como los árboles porque considera que lo vegetal es lo opuesto, lo más alejado a su condición original. Se trata de una propuesta extrema para un problema igual de exorbitante. ¿Los humanos tenemos realmente la posibilidad de ser mejores, de hacer lo correcto? ¿Realmente somos TAN racionales?, ¿de verdad podemos no saltar hacia las rocas, cuidar de quien está a lado, acariciarlo en vez de golpearlo?
La vegetariana es una novela sobre la renuncia, sobre la negación de todo lo que creemos, del mundo que ellos construyeron. Un Bartleby que comienza una protesta que inicia y acaba en el cuerpo. ¿Por qué una mujer con una posición considerablemente buena querría abandonar eso?, ¿por qué una mujer preferiría no tener senos?, ¿por qué negaría su propia carne y su propia existencia? Si vivir es hermoso y el ser humano la más perfecta de las creaciones, ¿cuándo dejó de ser así?
Para nadie es secreto que ser mujer en Corea del Sur es una pesadilla. En las Olimpiadas de Tokyo 2020, tras ganar 3 medallas de oro y batir un récord en tiro con arco, An San sufrió el acoso de miles de hombres que exigían le quitaran el oro por ser una feminista de pelo corto. En 2018, luego de decir que había terminado de leer Kim Ji-young, nacida en 1982, otro referente feminista en la literatura surcoreana, Irene, idol de Red Velvet, también recibió una serie de cyberataques por leerlo. La misma Han Kang estuvo en la lista negra del gobierno de Moon Jae-in hace un par de años y no es difícil imaginarse el por qué.
Apenas ayer, 10 de octubre de 2024, fuimos sorprendidas con la noticia de que el Nobel de Literatura es para Han Kang, primera mujer asiática en obtener el premio. Un reconocimiento importante para todas las mujeres, especialmente para las coreanas que la leen a escondidas, las que se cortan el pelo y las que se niegan a tener hijos en un país que las trata como personas de segunda categoría.