La magia detrás del mostrador

Reseña sobre La dependienta de Sayaka Murata

 

Cuando Sayaka Murata estudiaba en la Universidad  de Tamagawa, comenzó a trabajar medio tiempo como dependienta, es decir, como empleada que tiene a su cargo la atención directa de los clientes. Fue gracias a esa experiencia y a la extrañeza que hasta la fecha siente hacia algunas convenciones sociales que escribió La dependienta: una novela sobre lo que espera la sociedad moderna de las mujeres japonesas. Para nadie es noticia que el sistema patriarcal es duro en Asia, como lo es en casi todo el mundo pero con sus particularidades. En ese contexto adverso, Sayaka Murata forma parte del grupo de voces femeninas (junto con Banana Yoshimoto y Mieko Kawakami) que se han abierto paso entre una literatura muchas veces machista y violenta para darnos protagonistas que ninguna otra pluma o autor (en masculino) podría crear.

En La dependienta, conocemos a Keiko, una mujer en sus casi 40 años, soltera y que lleva ya varios años como empleada de una tienda de conveniencia. Tantos su familia como sus amigos parecen estar preocupados por su cada vez más irremediable soltería; muchos le hablan de las ventajas económicas que le daría tener un esposo: dejar de trabajar por horas, por ejemplo. Keiko no comprende por qué es un problema tan grande. No se siente mal ni sola, es una mujer autosuficiente. Sin embargo, algo es sacudido en su interior.

Desde que Keiko era una niña le quedó claro que salía de los parámetros de lo que es una persona normal. Toda su vida ha intentado ser lo que otros esperan de ella, no porque considere que los demás tienen razón, sino para evitar preocupar a su familia. Algo que no consigue del todo hasta que empieza a trabajar en una de esos establecimientos comerciales que han ido infestando cada rincón del planeta: las tiendas de conveniencia, que en este lado del mundo conocemos bajo los logos de OXXO o 7-Eleven. Inesperadamente la tienda le da a Keiko un sentido de normalidad y pertenencia: su trabajo por horas no es tan trivial como le parece a otros, pero por culpa de esos comentarios “bienintencionados”, nuestra protagoista comienza a preguntarse si está estancada o si no hay algo verdaderamente mal en ella.

 

El encanto de la konbini

La dependienta, como toda novela, gira alrededor de distintas problemáticas: la soltería de Keiko, el (des)empleo, la adultez, las convenciones sociales del Japón moderno, entre otros. Todos estos temas están hábilmente entretejidos dentro del espacio de la tienda. Cabe mencionar, que se trata de un tópico recurrente en las obras de Asia del Este: ¿cuántas veces no hemos visto una en un k-drama o un anime? Quizá para nosotros, habituados a otro tipo de historias, nos parezca un lugar bastante pequeño, mínimo, quizá un lugar poco interesante para contar una historia. A quién le importa lo que pueda vivir una dependienta frente a Jordan Belfort, ¿no? Y quizá no sea el espacio ideal para una historia, pero Sayaka Murata lo conoce mejor que cualquier cliente frecuente y convierte una tienda cualquiera en un sitio memorable.

Por eso, Keiko habla de la konbini con una sensibilidad que nos envuelve, incluso confiesa que cada noche, para conciliar el sueño, reproduce en su cabeza los sonidos de la tienda: el crujir de las bolsas de plástico, el rumor de los refrigeradores, los pasos de los clientes, el tintineo de las monedas, los beeps de la máquina registradora. ¿Quién diría que un lugar con aire acondicionado y etiquetas fosforescentes y olor a fideos instantáneos, que un lugar tan frío y controlado, producto del capitalismo recrudecido, podría representar cierta vitalidad y hasta belleza? No se trata de lo que es originalmente la konbini, sino de lo que Keiko encuentra ahí.

Mientras tenía 20 años, trabajar en la tienda le dio otra dimensión a esta mujer: la humanizó. ¿Cuántas veces no hemos escuchado eso de que “el trabajo dignifica”? Por muy cuestionable que sea esa frase, en La dependienta el trabajo cobra otra dimensión: es un puente entre la protagonista y su mundo, uno que toda la vida le había dado la espalda. El diálogo interno de Keiko muchas veces parece el de un extraterrestre que ha llegado a la tierra y está aprendiendo a camuflarse entre nosotros. Cuando Keiko se pone el uniforme de dependienta, se pone una máscara que le permite conectar con mayor facilidad con otros seres humanos. Se parece mucho a lo que Yunjae, el protagonista de Almendra, tiene que hacer para disimular el hecho de que es un psicópata, una persona incapaz de sentir empatía: por eso práctica distintas expresiones faciales y los momentos clave en los que deberá reflejar cada una de ellas. Keiko, por su parte, ensaya la manera de sonreír a sus clientes, copia el tono de voz y hasta el estilo de vestir de sus compañeras de trabajo. Se trata de un lugar común en las producciones de Asia del Este y que nos arroja bastantes luces sobre la situación en estos países. También pienso en Yi-seo de Itaewon class. Todos estos personajes comparten la búsqueda de llegar a ser humanos “completos”. Pero mientras Yunjae y Yi-seo consiguen esto a través de sus vínculos afectivos, Keiko no: ella no siente verdadero afecto por quienes le rodean, aunque desarrolla algo similar a la empatía; en cambio, el verdadero depósito de sus afectos es la misma konbini.

Su posición es una muy particular: se trata de alguien que se dedica a algo que puede parecer minúsculo, es una de esas personas que vemos a diario, pero rara vez vemos. Así que La dependienta también reflexiona sobre esos trabajos que hoy en día han sido olvidados por generaciones que pusieron su fe en la educación universitaria. Tampoco olvidemos cómo es la cultura laboral en Japón: horas extra que son realmente obligatorias, la sacralización del esfuerzo y el espíritu de competencia. En ese entorno y teniendo estudios universitarios como Keiko, es claro que los demás la criticaran por elegir un empleo destinado a los estudiantes y la gente mayor. A este complejo drama hay que añadir una capa más: la labor que hace Keiko es un servicio y constantemente menciona que sus clientes van primero. Murata también hace una crítica al capitalismo: si “el trabajo dignifica”, ¿sólo somos dignos cuando trabajamos?, ¿sólo existimos en el mundo para trabajar?, ¿en el capitalismo sólo somos cuando trabajamos?

El destino que elige Keiko puede ser agridulce desde varias perspectivas. ¿Esto es todo?, podemos preguntarnos, ¿realmente vinimos al mundo a trabajar y estar demasiado cansados durante nuestras horas libres? ¿No será también que Keiko ha encontrado una forma de tener un empleo más digno que esos por los que tanta gente muere en Japón cada año?

 

La afrenta social de ser una “quedada”

Sayaka Murata nos presenta a Keiko casi como una contraposición a la idea de la mujer perfecta japonesa, un ideal que socialmente es conocido por el nombre de Yamato Nadeshiko y que resume las virtudes que los sectores más tradicionales esperan que las mujeres posean para considerarlas puras, bellas y nobles. Definitivamente, Keiko no es un personaje que encontraríamos en la obra de Murakami, por mencionar a uno de los autores japoneses más leídos en Occidente durante las últimas décadas.

Este es uno de los aspectos que más llamaron mi atención como lectora: no olvidemos que Keiko tiene casi 40 años y está soltera, nunca se le ha conocido un novio ni busca uno. Como fan de eso llamado k-dramas me gustan esos personajes que representan mujeres mayores, “quedadas” y su lucha interna, algo que encuentro mucho en las producciones asiáticas (literarias o televisivas). Lo que pasa con los dramas coreanos es que la mayoría de las veces, si bien hacen una pequeña crítica a la sociedad y su juicio hacia las mujeres solteras, suelen terminar con un romance que per se no es malo, pero le da la razón al problema inicial: las mujeres deben casarse. Sin embargo, La dependienta, aunque es una novela que sigue esa línea, la problematiza y nos da una respuesta que no estamos acostumbrados a recibir: las mujeres no necesitan casarse.

Realmente no hay nada en la vida de Keiko que vaya mal. Tiene para comer, lleva una rutina que le gusta y socializa con sus compañeros en la tienda. Sólo hay un pequeño problema: está envejeciendo y comienza a cansarse al estar tantas horas de pie cada día en la tienda. Es por ello que su hermana y sus amigas comienzan a preguntarle por qué no se ha casado; un marido podría mantenerla y su cuerpo no sufriría. ¿Por qué se empecina en ese empleo de estudiante? Keiko no entiende por qué esa debería de ser la solución, pero luego de semanas de sufrir la presión social, cede un poco. A la tienda llega un nuevo empleado, Siraha, un hombre en sus treintas que resulta demasiado problemático. Es el peor tipo posible, un incel con todas sus letras. Siraha tiene un único tema de conversación: la edad de piedra. Es un hombre que cree que las mujeres someten a los hombres, que son malvadas, que les quitan todo lo que quieren, que los buscan por su dinero; así que gente como él, al final de la cadena, jamás podrá acceder a ellas. Una muestra del humor y la agudeza de Murata.

Keiko nos sorprende cuando, a pesar de su incapacidad para comprender a quienes la rodean, logra sentir pena por un hombre, si bien despreciable, igual de olvidado y despreciado por el sistema. ¿Qué sería mejor? ¿Una historia que termina en boda como muchas otras y así “redime” a su protagonista? Keiko trata a Siraha como una suerte de mascota, pero no es cruel con él, es compasiva e intenta entenderlo. Él, por su parte, no alcanza a comprenderla al mismo nivel, ni siquiera le importa hacerlo y la presiona hasta poder explotarla. Una crítica que parece muy breve pero grande hacia el matrimonio. ¿Cuál es el peso y el precio del matrimonio para las mujeres? ¿Sería más digno seguir una carrera universitaria o el pequeño trabajo por horas? ¿Es posible elegir algo de eso en este sistema? ¿Cuáles son las posibilidades para las mujeres japonesas que deciden seguir el camino que se les ha marcado? ¿Podríamos ser felices en un mundo como este?

 

Ser rara entre los raros

Esta novela de Sayaka Murata se inserta dentro de su obra y dentro de la literatura igual que Keiko en la konbini: con todo el resplandor de sus particularidades. La tienda es un lugar ordenado donde Keiko, que nunca tuvo claro qué era lo que el mundo esperaba de ella, por fin encuentra una dirección. Quizás ni siquiera se trate de eso, porque Keiko no sigue un camino del héroe¸ podríamos hasta decir que anda en círculos. O, mejor dicho, no quiere andar ese camino preconcebido para ella: existe otro, más simple y cómodo de transitar y que, sin embargo, los demás no consideran una opción. ¿Por qué no dejarla andarlo?

Keiko tiene eso en común con otras ¿heroínas? de la literatura de Asia Oriental: sus expectativas no son la epopeya, muchas veces pareciera que ni siquiera existen. A este respecto, me parece que La dependienta dialoga con Kim Ji-young, nacida en 1982 porque ambas novelas reflexionan sobre la socialización femenina en culturas fuertemente patriarcales, sobre las imposiciones que viven y el deseo de escapar de esa dinámica. ¿Qué quiere Keiko?, ¿qué necesita? No está del todo claro hasta que no llegamos a las últimas líneas de la novela y este es uno de los aspectos que más pueden costarle al lector americano, tan acostumbrado a que le señalen el objetivo desde el inicio, pero en esta novela sobre llegar a ser uno mismo, es algo que vamos descubriendo.

Creo que como una de esas lectoras en América, vale la pena decir que no es sencillo, a pesar de la claridad con la que escribe Murata, leer La dependienta. Es una historia que parece no comenzar nunca, no es hasta pasada la mitad del libro que comenzamos a ver la vida de Keiko a través de otra lente, una que cambia por completo nuestro paradigma y lo que pudiéramos creer de ella y lo que le sucede. Como lectora, si bien sabemos que Keiko puede ser una persona desapegada, controladora, perfeccionista, incluso violenta también llegamos a verla como una outsider, nos molestamos con quienes la presionan, nos preocupamos por ella. But I’m a creeeep, I’m a weirdoooo, cantaba la letra de Radiohead en mi cabeza mientras leía esta novela. ¿Y quiénes son esos weirdos, esos raritos? Mujeres solteras, los desempleados, los ancianos, los neurodivergentes y, sorprendentemente, también los incels. ¿Pero habrá alguien que se preocupe igualmente por nuestra comodidad y nos deje seguir un camino nuevo?

La dependienta le da un poco de luz a una generación que también se pregunta si esto es todo lo que hay. Nos regala una protagonista digna de nuestras preocupaciones y nos recuerda que sí, que siempre hay otro camino: uno más digno, más cómodo, más libre.

Pronto abriremos nuestro círculo de lectura, por si te gustaría leer libros tan impresionantes como esta que acá reseñamos. Mantente al tanto suscribiéndote a nuestro blog. ¡Nos leemos pronto!

 
Ximena Chávez

(México, 1995) Estudié Lengua y Literaturas Hispánicas en la FFyL, UNAM. Escribo sobre cine en Girls at films, también me gusta hacer cuentos. Cuando no estoy escribiendo, soy beauty blogger. Fan de los k-dramas.

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