Cómo hacer cine desde casa
Pocas veces somos conscientes de cómo el entorno puede llegar a ser determinante para la persona en la que puedes llegar a convertirte en el futuro; cómo influye la familia, amigos y el lugar de origen en tu vida o en la profesión o en los intereses que puedes tener. Aunque suene un poco trillado, el lugar donde naces va a definir muchas cosas de tu personalidad.
En mi caso, nacer en el Estado de México y tener raíces oaxaqueñas moldeó mi manera de ver el mundo y, por supuesto, de hacer cine.
Como cineasta plasmas tu visión del mundo, cada película se ve marcada de manera inevitable por tus vivencias personales. Generalmente, la motivación viene de temas que han tenido un gran impacto en nuestras vidas –ya sea de forma consciente o inconsciente. La infancia me parece una etapa definitoria en la vida de cualquier persona. Desde niña, yo sabía que quería dedicarme a contar historias. Sin embargo, para mí no era una opción ser cineasta, simplemente porque no era algo cercano a mi realidad. No puedo decirles que mi cinefilia empezó desde mi niñez. A veces, hasta siento que mi amor por las películas llegó un poco tarde. Eso sucedió porque en Oaxaca, al menos en la costa chica, no había cines; eso hizo que mi familia más cercana no estuviera interesada en ir al cine y mucho menos en llevar a una niña a ver películas.
A esa dificultad se sumó otra: cuando yo era pequeña y veía, por ejemplo, los premios Oscar, nunca vi a una mujer dirigiendo. Entonces, era muy difícil para mí sentirme identificada y decir: quiero hacer cine. Por eso, hoy creo que la representación es muy importante. Al menos, el panorama actual es más alentador: hay más mujeres haciendo cine y también dirigiendo, y hay más gente hablando de ellas. Eso me emociona muchísimo porque pienso en todas las niñas que podrán sentirse identificadas y representadas y que, como consecuencia, soñarán con hacer cine con más facilidad.
Aquí viene la pregunta central de este texto, si mi realidad era muy lejana al cine, entonces ¿cómo termine estudiando cinematografía? Ni yo misma tengo la respuesta. Tal vez fue un poco por casualidad; me gusta pensar que fue el cine el que me eligió y no al revés. Al principio, pensé en estudiar historia o antropología porque mi sueño era trabajar en History Channel. No me daba cuenta de que lo que en realidad quería era estar detrás de las cámaras. Esa experiencia fue vital para tener mi primer acercamiento con el cine.
Estoy consciente de que estudiar cine es un privilegio, pero también sé que significó un esfuerzo enorme: sacrificar salidas, dejar de comprar cosas, salir del lugar donde vives porque toda la industria se encuentra en la capital o hacer recorridos de 3 horas o más para llegar ahí, trabajar en otras áreas para poder pagar la escuela o costear un cortometraje… En mi caso tuve la fortuna de ser apoyada por mi mamá, pero, aún así, ha sido un camino muy difícil. No vengo de una familia privilegiada ni adinerada, y si bien eso no garantiza que se tendrá éxito haciendo películas, si ahorra bastante tiempo.
Hacer cine es aventarse al vacío, nunca sabes en dónde vas a caer. Empecé a dirigir en 2019 con mucho miedo pero también con mucho amor. Me tomó bastante tiempo reunir la suficiente confianza para empezar a dirigir. Al principio hasta me daba pena decir que era directora. Cuando por fin tuve el coraje para dirigir mi primer cortometraje, llegó la pandemia y estaba sola, pero tenía muchas ganas de comunicar cómo me sentía. Fue así que, con la cámara de mi celular, hice Letargo, un cortometraje que he podido presentar en distintos países. Mi camino como cineasta ha sido bastante solitario: yo tenía que hacer todo y eso, de alguna manera, era más fácil para mí. Es horrible no tener suficiente dinero para pagar a otras personas. Reconozco que también he podido hacer cine gracias a dos colaboradores constantes en mis cortos: Christian, mi diseñador sonoro y Bruno. Gracias a ambos por siempre apoyar mis locuras.
Creo que el cine de alguna forma salvó mi vida. Me sirvió como proceso terapéutico para sanar todas las pérdidas que tuve durante la pandemia, también para intentar pegar todo lo que se había roto en mi interior. Personalmente creo que nada volvió a ser igual desde entonces, pero a pesar de eso, las películas y el cine siempre me acompañaron.
A mi parecer, no hay una “fórmula correcta” a la hora de levantar un proyecto cinematográfico. Lo que me funciona a mí, tal vez a otros no. Te vas a equivocar muchas veces, la perfección en el arte y en la vida no existe, pero lo más importante es hacerlo aunque nos dé mucho miedo. Hacer cine requiere de un gran esfuerzo: se debe buscar financiamiento y, sobre todo, a gente con la misma pasión que tú. Algo que he aprendido es que, cuando haces cortometrajes, casi nunca hay una retribución monetaria. Es muy importante tener paciencia e inteligencia emocional, porque es una carrera de resistencia y resiliencia. Vas a derramar muchísimas lágrimas en el proceso, pero al final todo habrá valido la pena.
Producir cine desde la periferia es siempre un reto, pero te permite crear y hasta inventar tus propias estrategias para sacar a flote tu película. A veces eso te lleva a crear historias más íntimas, a explorar y encontrar una forma conveniente para hacer las cosas a tu propio ritmo, incluso a encontrar otro tipo de lenguaje audiovisual. Ayuda muchísimo observar todo lo que hay a nuestro alrededor. Podemos usar todas las herramientas que tenemos a nuestro alcance para contar nuestras historias: no se necesita tener la cámara más cara del mundo para hacer cine. La creatividad no tiene límites.
Si alguien de algún otro lugar de la República me está leyendo, espero que este texto le sirva para animarse a tomar su cámara o celular y contar sus historias desde esas miradas que tanto le hacen falta al cine mexicano.